sábado, 14 de febrero de 2015

ELOGIO DE LA MESURA (112)





ESTAMPA   DE   LA   JUEZ   ALAYA


   Lo sagrado se junta con lo profano, lo bello se une a lo siniestro, la ley  se intercambia  con el crimen, el robo copula en la panza de los ricos y hasta los mismos sindicatos obreros saquean a sus afiliados. En medio de todo ello brota incólume la figura de la juez Alaya.

   Es posible que se la   olvide en el marasmo  histórico, pero hoy se erige en la espada bruñida  y acendrada. La figura de esta mujer que no parece pertenecer a una institución herrumbrosa ni a los suelos pringosos de sus juzgados, se alza como una genuina creación  de Givenchi.No se trata, pues, de una cuestión judicial  o de la política. Si la juez Alaya se halla ahora  entre las páginas  de cultura obedece a que su estética calca cuadros renacentistas y desfiles de la "fashion week". Como modelo exclusivo, la juez Alaya no habla, no denota un mínimo pliegue, no concede  mirada alguna alrededor. Va hacia la sede  del juzgado como un esquife recién baldeado. Una circunstancia que ella acentúa todavía más  alzando una mano fina para apartarse el peinado de la frente. 

   Pero,¿qué siente este modelo femenino   de la 
impavidez? Sus enérgicas  actuaciones no parecen el fruto  de una intrincada reflexión ni de consideraciones  brumosas. En
 ella todo parece liso, blanco, inmediato, natural. En su conjunto evoca  una obra de Botticelli y su silencio como color. De esa  exquisita naturaleza pictórica es Mercedes Alaya. Un rostro  que captan las fotos  de los periodistas pero que, enseguida, traslucen la mercancía del bien y del mal.

   ¿El Bien o el Mal? De qué naturaleza es esta insólita juez. Su apariencia, adornada siempre con ropas diferentes, arrastra la burda carga de los pecados en un modesto  maletín de ruedas. Y ello viene a presentarla como un ángel de carácter que si  de una parte aborda el corazón del Mal, de otra  convierte  el esfuerzo de su muñeca en un gesto de Bondad.

   Ni sus vestidos, ni su cutis, ni su peinado, ni sus medias, ni sus pasos regulares permiten asimilarla a un funcionario. Incluso no parece que vaya a cobrar un sueldo "bruto" puesto que cada una de sus apariciones, en un mágico "travelling" de cincuenta metros, la muestra  como una criatura sin estipendio material.

   ¿Cruel? ¿Dura? ¿Eminente? ¿Independiente? La estética  simbólica de la juez Alaya llegará al catálogo de las estampas retrospectivas. Ella constituye un personaje  tan ajeno  a su entorno mucilaginoso que acaso forma parte de la escalofriante justicia celestial. Ni mercedes, ni crueldades. Mercedes Alaya  corta el cuerpo de ERES Y SERES mediante una afilada navaja teologal.

   En Sevilla o en Málaga van cayendo imputados por efecto de su investigación. Pero, ¿cómo consigue este logro Mercedes Alaya? ¿Cómo  logra mostrar un fondo de armario  tan surtido  de faldas, blusas y trajes sastre para comparecer como una diva?

   Ataviada sin repetición, impertérrita en su función, Alaya  marca un antes y un después en la imagen de la judicatura. En el escenario de lo judicial se encuentra la bardoma, el compadreo, los legajos  apilados en los retretes, mientras  que con Alaya llega el imperio  L`Oreal. Y es, en este orden cosmético, donde se enmarca su estilo; su extrema verticalidad dorsal, su cutis de seda, su porte  celado (o seductor) que anula  la martingala del prevaricador.

  En suma, no todo será ya excrementicio en esta crisis de ladrones  y logreros sin afeitar. La belleza estatuaria  de la juez Alaya es razón para contemplar su estampa como una feliz aparición mediática, indemne y altiva entre lo peor de lo peor.

Vicente Verdú. "El País"  14 de febrero 2015

  ( Bardoma : Barro y suciedad perdida)

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