martes, 5 de marzo de 2013

ELOGIO DE LA MESURA (70)



                                                     MIGUEL DE MONTAIGNE

                                       " LA EDAD DORADA"  EN EL SIGLO XVI



         Refiere Montaigne,  creador  del género de los "ensayos", que vivió junto a él largo tiempo un hombre que había vivido diez o doce años en ese otro mundo  descubierto en nuestro siglo, en el lugar donde Villegagnon tomó tierra y al que llamó  Francia antártica.( Brasil)

    Considera que nada bárbaro o salvaje hay en aquella nación, sino que cada cual considera bárbaro lo que no pertenece a sus costumbres. Ciertamente parece que no tenemos más punto de vista sobre la verdad  y la razón que el modelo y la idea de las opiniones  y usos del país en el que estamos. Allí está la religión perfecta, el gobierno perfecto, la práctica perfecta y acabada del todo...
   Esas naciones ( alude a las tribus  indígenas de aquel lugar del Brasil) están  aún muy cerca de la inocencia original. Rígense  todavía según las leyes naturales, apenas adulteradas por las nuestras...lo que comprobamos por experiencia de esas naciones, supera no sólo todas las pinturas con las que la poesía  embelleció la edad de oro y todas las creaciones para representar una feliz condición humana.. Es una nación donde  no existe  ningún tipo de comercio, ningún conocimiento de las letras; ninguna ciencia de los números; ningún nombre de magistrado ni de cargo político, ninguna costumbre de vasallaje, de riqueza o de pobreza; ningún contrato, ninguna sucesión; ningún reparto; ninguna ocupación que no sea ociosa; ningún respeto de parentesco que no sea común; ninguna ropa; ninguna agricultura; ningún metal...Incluso las palabras que significan mentira, traición, disimulo, avaricia, envidia, detracción, perdón ¡son inauditas! ¡Cuán lejos de esta perfección apareceríasele la república que imaginó Séneca" "Hombres recién salidos de las manos de los dioses"!


    Además viven en una zona de países muy grata y bien templada; de forma que, según me han dicho mis testigos, raro es ver allí a un hombre enfermo; y me han asegurado no haber visto a ninguno tembloroso, legañoso, desdentado o encorbado por la vejez...

    Tienen una especie de sacerdotes y de profetas que se presentan muy raramente ante el pueblo, pues tienen su morada en las montañas. A su llegada, hacen una gran fiesta y solemne asamblea de varios poblados. El profeta les habla en público, exhortándolos a la virtud y al deber, mas toda su ética contiene únicamente estos artículos: firmeza en la guerra y el cariño a sus mujeres.. También  les pronostica el porvenir mas, si falla en sus adivinaciones, lo despedazan en mil trozos si los atrapan, condenándolo como falso profeta.( A los que manejan las cosas regidas por la inteligencia humana se les puede perdonar hacer sólo lo que pueden. Mas  a esos otros  que vienen jactándose de la infabilidad de una facultad extraordinaria que está fuera de nuestro conocimiento, ¿acaso no se le ha de castigar por no cumplir sus promesas y por la temeridad de su impostura?)
  A los vencidos en la guerra son tratados muy bien hasta que terminan matándolos y comiendo sus carnes; y Montaigne  hace estas reflexiones:
"Estimo que hay mayor barbaridad en el hecho de comer un hombre vivo que en comerlo muerto, en desgarrar con torturas y tormentos un cuerpo sensible aún, asarlo poco a poco, dárselo a los perros y a los cerdos para que los muerdan y despedacen (cosa que no sólo hemos leído sino también visto recientemente, no entre viejos enemigos sino entre vecinos y conciudadanos y lo que es peor, so pretexto de piedad y religión), que  asarlo y comerlo después de muerto.
   Tres de estos indígenas vinieron a Ruán en la época que nuestro difunto rey Carlos IX allí  estaba, siendo un niño. Hablóles el rey largo tiempo y después  les pidió su opinión sobre lo que consideraban más admirable. Dijeron en primer lugar que hallaban muy extraño que tantos hombres grandes  y fuertes, barbados y armados, como rodeaban al rey (la guardia suiza)  se sometieran  y obedecieran a un niño, en lugar de elegir mejor a alguno de ellos para mandar; en segundo, (tienen una manera de hablar tal que llaman a los hombres mitad unos de otros) que habían observado que había entre nosotros hombres ricos y colmados de toda suerte de comodidades mientras sus mitades mendigaban a sus puertas, descarnados de hambre y pobreza; y que hallaban extraño que esas mitades menesterosas pudieran sufrir tal injusticia sin acogotar a los otros y sin pegar fuego a sus casas.


Michel de Montaigne: "Ensayos"Ed. de maría Dolores Picazo. Cátedra. 2001



    




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