sábado, 2 de marzo de 2013

ELOGIO DE LA MESURA (69 )

                                      ¡ EVOHÉ !


   Aceptar que somos  mortales nos predispone para asumir los límites éticos y cívicos que moldean nuestro yo.

 Se oye con frecuencia que la cultura moderna ha escamoteado la muerte del primer plano. Mi percepción , por el contrario, es que la muerte está ahora más presente que nunca: películas, noticieros, periódicos...Asesinatos múltiples, catástrofes naturales...han acostumbrado nuestra retina al tétrico espectáculo.
  Lo que de verdad se esconde no es la muerte sino la mortalidad. La diferencia entre una y otra proviene  de que la muerte  es un hecho meramente biológico, bastante vulgar por cierto, previsible, repetitivo y común a todos los vivientes, insectos y plantas incluidos, mientras que la mortalidad  constituye  un privilegio moral específico de los hombres, entidades  autoconscientes a quienes les es dado conocer y aceptar  su condición mortal y así apropiarse  de la finitud de la vida. 
   Porque la mortalidad pertenece a la vida , no a la muerte.. Decía Sócrates  que filosofar es prepararse  para morir, y por mi parte, admito  que durante  algún tiempo me persuadí de que pensar en la muerte era como dice Platón, "sostenerle  la mirada a lo divino", ponerte en conexión con lo esencial.
   Pero si tuviéramos en mente la muerte a todas horas,como nos exhortan algunos moralistas, este mundo resultaría invivible, aplastado por la abrumadora seriedad de nuestro destino funerario. Por eso parece preferible  practicar esa frivolidad recomendada por Scheler para neutralizar  el pensamiento aniquilador y así desdramatizar voluntariamente la inexorable injusticia estructural del mundo, rociándola con una lluvia de liviandad  con la que abrir espacio en nuestra existencia a la alegría, la emoción y la esperanza.

  Aceptar la limitación consustancial a nuestra finitud nos predispone para asumir los otros límites - cívicos,éticos,sociales, profesionales, jurídicos- que moldean nuestro yo...Ser hombre es elegir la forma de tu autolimitación...La vida  es medida, proporción, simetría pero también es desmedida, desproporción, exceso...
   A la vez que nos educamos para la mesura -"nada en exceso" se leía  en el frontispicio del templo de Apolo en 
Delfos- haríamos bien en retener una ingenua capacidad de "entusiasmo", esto es, literalmente,  de dejarnos  poseer por el dios  del delírio colectivo y el frenesí, de nombre Dioniso. Sus seguidoras, las bacantes, corren desenfrenadamente por los bosques, danzan con loco desvarío y, excitadas  por la música de timbales  y castañuelas , gritan "¡Evohé¡" "¡Evohé"! "¡Evohé!" una exclamación festiva de júbilo por la ebriedad de vivir.

   Y quien pretenda ignorar en su corazón el imperio  del dios de evohé, lo paga muy caro, como Penteo,  tirano de Tebas, racional y engreido, que negó en su ciudad  el culto a Dioniso por juzgarlo forastero, extraño a las costumbres ilustradas de su pueblo y, tras sufrir un súbito cambio de personalidad  bajo el sortilegio del dios, terminó descuartizado a manos de su propia madre, presa de furia destructiva.
   De lo que aconteció a Penteo extraemos la lección de que el severo ethos característico del hombre civilizado ha de convivir  de alguna manera con el  eros jovial que en nuestro pecho nunca deja de murmurar su canción, porque , de lo contrario, la pulsión erótica reprimida se vengará de esta coacción con mano airada.
   Lo sé, lo sé muy bien: lo anterior suena a declaración de amor a la vida y nada más ridículo y ridiculizable que una persona enamorada. Pese a todo, la mantengo, mientras Dioniso me asista.
(Extracto del artículo "¡Evohé!" de JAVIER GOMÁ LANZON . EL PAIS.   23-02-2013)
El cuadro "The Youth of Bacchus"(1884) es de W. A. Bouguereau

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