martes, 16 de junio de 2009

Hesíodo y la Musa. Gustave Moreau. Musée d´Orsay. París









ELOGIO DE LA MESURA (16)



LA EDAD DORADA

VERSIÓN DE HESÍODO. (Trabajos y días)

“En un primer momento los inmortales que habitaban las moradas olímpicas crearon una raza áurea de hombres mortales. Éstos existían en época de Crono, cuando él reinaba sobre el Cielo, y vivían como dioses con un corazón sin preocupaciones, sin trabajos y miseria, ni siquiera la terrible vejez estaba presente, sino que siempre del mismo aspecto en pies y manos se regocijaban en los banquetes lejos de todo mal, y morían encadenados por un sueño; tenían toda clase de bienes y la tierra de ricas entrañas espontáneamente producían mucho y abundante fruto; ellos tranquilos y contentos compartían sus trabajos con muchos deleites
Después que la tierra sepultó esta raza, ellos, por decisión del gran Zeus, son “démones”, favorables, terrenales guardianes de hombres mortales, dispensadores de riquezas, pues también obtuvieron este don real.
A continuación, una segunda raza mucho peor, de plata, crearon los que habitan las moradas olímpicas, en nada semejante a la de oro en cuanto a naturaleza e inteligencia; pues durante cien años el niño crecía junto a su prudente madre, retozando de manera muy infantil en su casa, y cuando les había alcanzado la pubertad y le llegaba la edad de la juventud, vivían durante muy poco tiempo, con sufrimientos por falta de experiencia , pues no podían apartar unos de otros la temeraria “hybris”, ni querían rendir culto a los Inmortales ni sacrificar sobre los sagrados altares de los Bienaventurados, como es norma para los hombres, según sus costumbres. A éstos, después, Zeus , irritado, los hizo desaparecer…
Luego, después que la tierra sepultó a esta raza, éstos, subterráneos, se llaman bienaventurados mortales inferiores; a pesar de todo, también a éstos acompaña el honor.
El padre Zeus creó otra tercera raza de hombres mortales, de bronce, nacida de los fresnos, terrible y vigorosa, a éstos les preocupaban las funestas acciones de Ares y los actos de violencia; no se alimentaban de pan, pues tenían valeroso corazón de acero.
Broncíneas eran sus armas, broncíneas sus casas y con bronce trabajaban, pues no existía el negro hierro. Sometidos por sus propias manos descendieron a la enmohecida morada del horrible Hades en el anonimato, pues, aunque eran brillantes, también les sorprendió la negra muerte y dejaron la brillante luz del sol.
Después que la tierra sepultó esta raza, de nuevo Zeus, sobre la fecunda tierra, creó una cuarta, más justa y mejor, raza divina de héroes que se llaman semidioses, primera especie en la tierra sin límites. A éstos la malvada guerra y el terrible combate los aniquilaron a unos luchando junto a Tebas, de siete puertas, en la tierra Cadmea, por causa de los hijos de Edipo;, conduciéndoles en naves sobre el abismo del mar hacia Troya, por causa de Helena de hermosa cabellera. A otros el padre Zeus, proporcionándoles vida y costumbres lejos de los hombres, los estableció en los confines de la tierra. Estos con un corazón sin preocupaciones, viven en las islas de los bienaventurados, junto al profundo Océano, héroes felices. Para ellos la tierra rica en sus entrañas produce fruto dulce como la miel que florece tres veces al año.
Y después no hubiera querido yo estar entre los hombres de la quinta raza, sino que hubiera querido morir antes o nacer después. Pues ahora existe una raza de hierro; ni de día ni de noche cesarán de estar agobiados por la fatiga y la miseria; y los dioses les darán arduas preocupaciones. Continuamente se mezclarán bienes con males.
Zeus destruirá también esta raza de hombres mortales…El padre no será semejante a los hijos, ni los hijos al padre; el huésped no será grato al que da hospitalidad, ni el compañero al compañero, ni el hermano al hermano, como antes.
Despreciarán a los padres tan pronto como lleguen a la vejez, los censurarán hablándoles con duras palabras, faltos de entrañas, desconocedores del temor de los dioses; no podrán dar el alimento debido a los padres que envejecen.
Unos ejercerán el pillaje sobre la ciudad del otro; no habrá consideración del que es fiel al juramento; estimarán más al malhechor; la violencia y la justicia estarán en las manos; no habrá respeto; el malvado dañará al hombre bueno increpándole con palabras de franqueza y jurará un juramento.
La destructiva envidia de mirada siniestra, que se alegra del mal ajeno, seguirá a todos los malvados.
Entonces hacia el Olimpo desde la ancha tierra, cubriéndose su suave piel con blancos vestidos, se dirigirán Aidós y Némesis, en medio de la multitud de los inmortales, tras abandonar a los hombres; sólo penosos dolores quedarán para los mortales; no habrá remedio para el mal.

(Nos permitimos resaltar el hecho de que si Aidós y Némesis abandonan a los hombres en la Edad de Hierro es porque durante las restantes edades habían convivido con los mortales. Aunque parecía que estaban ausentes. Con un símil teatral sería que un personaje solamente aparece en escena en el momento de hacer “mutis por el foro”. A ello nos hemos referido al hablar de la “presencia-ausencia de Némesis”)




Versión de OVIDIO. (Metamorfosis)



La primera edad que se creó fue la de oro, la que cultivaba la lealtad y el bien sin autoridad, por propia iniciativa, sin ley. No existía el castigo y el miedo ni se leían palabras amenazantes en tablas de bronce ni suplicante la gente temía el rostro de su juez, sino que sin autoridad vivían seguros.
El pino talado en las montañas aún no había bajado para visitar el mundo extranjero, las límpidas aguas del mar, y los hombres no conocían más que sus propios litorales. Todavía no ceñían las ciudades fosos profundos; no existía la trompeta recta, no los cuernos de bronce curvo, no los cascos, no la espada; sin la práctica militar la gente vivía sin problemas en medio de una paz agradable.
También la misma tierra, sin estar obligada, ni tocada por el azadón ni herida por arado alguno, ofrecía todo por sí misma, y contentos con el alimento producido sin exigirlo nadie, recogían los frutos del madroño, las fresas salvajes, el cornejo, las moras que cuelgan en los duros zarzales y las bellotas, las que caían del copudo árbol de Jove
La primavera era eterna, y plácidos Céfiros de tibia brisa acariciaban las flores nacidas sin simiente; y también la tierra producía sin arar frutos, y el campo sin renovarse se blanqueaba de espigas preñadas.
Ya corrían ríos de leche, ya ríos de néctar, y amarilla miel goteaba de la verde encina.
Una vez que se envió a Saturno al tenebroso Tártaro y el mundo estaba bajo Jove, llegó la prole de plata, peor que el oro, más valiosa que el amarillento bronce. Júpiter acortó la duración de la antigua primavera, y a través de inviernos, veranos, desiguales otoños y breve primavera dividió el año en cuatro estaciones. Entonces por primera vez el aire, quemado por tórridos calores, se abrasó y el hielo quedó colgado congelado por el viento; entonces por primera vez penetraron en casas; las casas eran antros, espesos matorrales y ramas entrelazadas con cortezas; entonces por primera vez se arrojaron semillas de Ceres en largos surcos y gimieron los novillos oprimidos por el yugo.
En tercer lugar después de ésta vino la generación de bronce, más cruel de carácter y más dispuesta a las terribles armas, pero no criminal sin embargo; de duro hierro es la última.
Inmediatamente irrumpió en la edad de peor metal toda clase de crímenes, y huyeron el pudor, la verdad y la lealtad; y en su lugar penetraron los engaños, los fraudes, las insidias, la violencia y el deseo criminal de poseer.
Desplegaban las velas a los vientos sin que el marino los conociera bien todavía, y las quillas que largo tiempo habían permanecido en las altas montañas saltaron sobre mares ignotos, y el precavido agrimensor marcó con largas lindes la tierra antes común como la luz del sol y la brisa.
Y no solamente se exigía a la rica tierra las cosechas y el alimento debido, sino que se llegó a las entrañas de la tierra, y se excavaron las riquezas, acicate para el mal, las que había escondido y acercado a las sombras estigias; y ya había aparecido el hierro nocivo y el oro más nocivo que el hierro: apareció la guerra, que lucha con uno y otro, y blande las armas tintineantes con mano sangrienta.
Se vive del botín; el huésped no está seguro con su huésped, ni el suegro con su yerno e incluso es rara la avenencia entre hermanos. El varón trama la muerte de su esposa, ésta la del marido, madrastras terribles preparan los pálidos acónitos; los hijos preguntan antes de tiempo por los años de su padre. Vencida yace la piedad y la Virgen Astrea, la última de los celestiales, abandonó las tierras empapadas de muerte.



Versión de Cervantes. (Don Quijote de la Mancha)



Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puñado de bellotas en la mano y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
- Dichosa edad y siglos dichoso aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra, y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma simple y llanamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos.
No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, sola y señera, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propia voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero.




Versión de SHAKESPEARE (La tempestad)



Gonzalo: Señor, si yo colonizara esta isla…
Y fuese aquí el rey,¿qué haría?

En mi Estado lo haría todo al revés que de costumbre, pues no admitiría ni comercio, ni título de juez; los estudios no se conocerían, ni la riqueza, la pobreza o el servicio, ni contratos, herencias, vallados, cultivos o viñedos, ni metal, trigo, vino o aceite; ni ocupaciones: los hombres, todos ociosos, y también las mujeres, aunque inocentes y puras; ni monarquía…
La naturaleza produciría de todo para todos sin sudor ni esfuerzo. Traición, felonía, espada, lanza, puñal o máquinas de guerra yo las prohibiría: la naturaleza nos daría en abundancia sus frutos para alimentar a mi pueblo inocente….
Sebastián: ¿Sus súbditos no se casarían?
Antonio: No, todos ociosos: todos putas y granujas

Gonzalo: Señor, mi gobierno sería tan perfecto que excedería a la Edad de Oro

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