El mito de Némesis
Una antigua tradición tansmitida por los Cantos Cípricos nos refiere cómo Némesis, amada por Zeus, trata de rehuir los abrazos del dios y, en su huida por mares y tierras, adquiere diversas formas y disfraces para acabar escondida en Ramnunte, convertida en oca. El rijoso Zeus la descubre, se transforma en cisne y se une a ella; del huevo, fruto de esta unión, nació Helena. De este modo Némesis, a través de ella, está presente en la mejor y más famosa literatura clásica: La Ilíada, La Odisea, La Orestíada…
En Ramnunte, una de las “polis” del Ática, al norte de Atenas y a unos quince kilómetros de Maratón, existía desde antiguo un santuario dedicado a Némesis y el 15 de septiembre del año 490 a. C., día en que se libró la famosa batalla, puede considerarse un momento estelar en la biografía de la diosa. Los persas, con un ejército imponente y convencidos de alcanzar la victoria sobre las tropas atenienses, habían transportado incluso un bloque de mármol de Paros con el que pensaban tallar y erigir un trofeo tras conquistar Atenas.
Se habían mostrado demasiado seguros de su poderío –signo de desmesura- e incitaron la reacción de la diosa. Tras su derrota y huída, Fidias, con el mármol de Paros, esculpió una imagen de Némesis, que casi setecientos años más tarde aún se encontraba en el santuario de Ramnunte y fue descrita minuciosamente por Pausanias.
Némesis castiga el crimen, como las Erinias pero, con más frecuencia, es el poder encargado de suprimir toda desmesura, el exceso de felicidad o desgracia desmesurada de los mortales, el orgullo desmedido de los poderosos. Es una concepción fundamental del espíritu griego: todo aquello que sobrepasa los límites de su condición se expone a las represalias de la diosa, todo lo que trastorna el orden y armonía del universo y pone en peligro el equilibrio del cosmos. Es tópico el ejemplo de Creso que, demasiado feliz y confiado en sus riquezas y poder, es arrastrado por Némesis a la expedición contra Ciro, expedición que acaba por ser su ruina total.
Ni siquiera lo más sagrado queda al margen de esta ley. Esquilo, tan religioso y respetuoso con los dioses, lo expresa con claridad meridiana en la escena final de su tragedia “Las Suplicantes”, con palabras dignas de ser grabadas en mármol y ser colocadas en los frontispicios de todas las iglesias y templos, para aviso y antídoto de cualquier fanatismo religioso, oprobio para la divinidad y funesto para los mortales. Ante la pregunta del Coro : “¿Qué plegaria oportuna me aconsejas?”, responden las Sirvientas del culto : “Nada en exceso, incluso con los dioses”
Manuel Ventura Limosner
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2 comentarios:
Los excesos se pagan casi siempre. lo recuerda la sabiduría popular. "No te endioses" "No te pases de listo" "La avaricia rompe el saco"...Pero cunado se precisa hacer un elogio de la mesura tal vez nos indique que es "rara avis" en el zoo humano. ¿ seremos desmesurados por naturaleza?
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