sábado, 17 de noviembre de 2007

ELOGIO DE LA MESURA 4

Menelao y Patroclo
La cuarta generación de hombres, “raza divina de héroes”, guerrea junto a los muros de Troya: “allí se oían los lamentos de los moribundos y los gritos jactanciosos de los matadores y la tierra manaba sangre”. Los dioses participan en la batalla; unos, en el campo troyano; otros, a favor de la confederación aquea. Hasta los caballos sobrepasan su condición natural. Hector exhorta a los suyos : ¡”Divino Lampo! Que desayunas regalado trigo mezclado con vinos”. En este ambiente casi sobrenatural que describe La Ilíada, Némesis es la gran ausente. Ni una sola vez aparece su nombre en los poemas homéricos. Sin embargo…

Valores como la valentía, la gloria personal, el juego limpio, el respeto a las obligaciones debidas a la hospitalidad – casi una relación familiar – el honor…constituyen el código de conducta de esta sociedad de guerreros. Cualquier infracción a alguno de ellos despierta en el infractor y en toda la sociedad, si la conoce, un sentimiento apasionado que los griegos llamaban némesis y de muy difícil traducción. Indignación, rencor, vergüenza ajena podrían acercarse al sentido de la palabra.

La lucha en el combate es el ámbito más propicio para originar este sentimiento, sobre todo cuando la situación es comprometida para el héroe. Recordemos a Menelao que duda acometer a Hector o huir provocando la némesis entre sus compañeros al faltar al honor que su condición y clase le exige; al final, resuelve retirarse porque no sería justo luchar contra quien está tan manifiestamente apoyado por una deidad: el combate no sería entre iguales, de tú
a tú, de poder a poder.

Para un lector de nuestro tiempo, la conducta de Aquiles, retirado en sus cuarteles durante una buena parte del poema parece una desorbitada reacción ante el ultraje recibido de Agamenón por adueñarse de Briseida, su esclava favorita. Aquiles se justifica al decir que los aqueos no pueden sentir némesis por su actitud evasiva ante la lucha porque fue él quien primero fue ofendido.

También a los dioses les asalta este sentimiento-pasión. Durante el tiempo que Zeus apoya exclusivamente a los troyanos Poseidón siente némesis. Ares increpa a Zeus si no siente némesis por la ayuda de Atenea a los aqueos.

A un dolor o una decepción exageradas solemos calificarlos como “mayúsculos”.¿ Se le ocurriría a algún griego genial la metáfora “ Némesis mayúscula”?. Quizás esta hipótesis-ficción sea del agrado de mentes conformadas “al modo geométrico”.





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ELOGIO DE LA MESURA 3

















El mito de Némesis


Una antigua tradición tansmitida por los Cantos Cípricos nos refiere cómo Némesis, amada por Zeus, trata de rehuir los abrazos del dios y, en su huida por mares y tierras, adquiere diversas formas y disfraces para acabar escondida en Ramnunte, convertida en oca. El rijoso Zeus la descubre, se transforma en cisne y se une a ella; del huevo, fruto de esta unión, nació Helena. De este modo Némesis, a través de ella, está presente en la mejor y más famosa literatura clásica: La Ilíada, La Odisea, La Orestíada…

En Ramnunte, una de las “polis” del Ática, al norte de Atenas y a unos quince kilómetros de Maratón, existía desde antiguo un santuario dedicado a Némesis y el 15 de septiembre del año 490 a. C., día en que se libró la famosa batalla, puede considerarse un momento estelar en la biografía de la diosa. Los persas, con un ejército imponente y convencidos de alcanzar la victoria sobre las tropas atenienses, habían transportado incluso un bloque de mármol de Paros con el que pensaban tallar y erigir un trofeo tras conquistar Atenas.

Se habían mostrado demasiado seguros de su poderío –signo de desmesura- e incitaron la reacción de la diosa. Tras su derrota y huída, Fidias, con el mármol de Paros, esculpió una imagen de Némesis, que casi setecientos años más tarde aún se encontraba en el santuario de Ramnunte y fue descrita minuciosamente por Pausanias.

Némesis castiga el crimen, como las Erinias pero, con más frecuencia, es el poder encargado de suprimir toda desmesura, el exceso de felicidad o desgracia desmesurada de los mortales, el orgullo desmedido de los poderosos. Es una concepción fundamental del espíritu griego: todo aquello que sobrepasa los límites de su condición se expone a las represalias de la diosa, todo lo que trastorna el orden y armonía del universo y pone en peligro el equilibrio del cosmos. Es tópico el ejemplo de Creso que, demasiado feliz y confiado en sus riquezas y poder, es arrastrado por Némesis a la expedición contra Ciro, expedición que acaba por ser su ruina total.

Ni siquiera lo más sagrado queda al margen de esta ley. Esquilo, tan religioso y respetuoso con los dioses, lo expresa con claridad meridiana en la escena final de su tragedia “Las Suplicantes”, con palabras dignas de ser grabadas en mármol y ser colocadas en los frontispicios de todas las iglesias y templos, para aviso y antídoto de cualquier fanatismo religioso, oprobio para la divinidad y funesto para los mortales. Ante la pregunta del Coro : “¿Qué plegaria oportuna me aconsejas?”, responden las Sirvientas del culto : “Nada en exceso, incluso con los dioses”



Manuel Ventura Limosner



ELOGIO DE LA MESURA 2







ELOGIO DE LA MESURA (2)

El mito de Némesis

El relato historicista de Hesiodo podría ser considerado el antecedente mítico de las modernas filosofías de la Historia como las de Hegel o Marx y, últimamente, la de Fukuyama : “El fin de la Historia y el último hombre”, subtitulada con expresión algo altanera: “La interpretación más audaz y brillante de la historia presente y futura de la Humanidad
Hesiodo nos describe los avatares de las cinco razas de hombres que han habitado la Tierra. La primera, una raza áurea creada por los dioses, vivió sin preocupaciones, sin fatigas, sin trabajos. No conocieron la vejez y morían como acunados por un sueño. Tenían toda clase de bienes y la tierra producía abundantes frutos sin intervención humana.
A continuación crearon una segunda de plata, muy diferente a la anterior en naturaleza e inteligencia. Se mantenían en una infancia centenaria y, al llegar a la juventud, vivían un corto espacio de tiempo con grandes sufrimientos por falta de experiencia, pues no podían apartar la temeraria “hybris”, ni querían rendir culto a los Inmortales.
El padre Zeus creó una tercera raza de bronce, nacida de los fresnos, terrible y vigorosa, sólo preocupados por la violencia y la guerra. La cuarta, más justa y mejor, raza divina de los héroes. A unos los aniquiló la malvada guerra luchando ante las puertas de Tebas. A otros en Troya. Sólo unos pocos fueron establecidos por Zeus en los confines de la Tierra; allí continúan viviendo felices en las islas afortunadas.
Y después, no hubiera querido yo estar – dice Hesiodo – entre los hombres de la quinta raza, de hierro. No cesarán sus agobios, sus fatigas, su miseria. Los hijos no se parecerán a sus padres; el huésped será ingrato con quien le ofrece hospitalidad así como el hermano al hermano. Despreciarán a los padres ni los cuidarán en la vejez. No se considerará al que cumple su palabra, ni al justo ni al bondadoso. La envidia campeará entre los hombres malvados.
Entonces, cubriendo su suave piel con blancos vestidos, se dirigirán Aidós y Némesis hacia la morada de los Inmortales, abandonando a los hombres a su suerte. No habrá remedio para el mal.
A pesar de su ingenuidad este relato ha inspirado muchas utopías; algunas son simples juegos literarios, pero otras, nacidas con vocación transformadora del mundo, de la vida y del hombre, han originado gigantescas obras de ingeniería social que convirtieron el siglo XX en un mundo de horror y sangre.
Así lo enjuiciaba el admirado Albert Camus : “ Olvidan la miseria de los arrabales por una ciudad radiante; la justicia cotidiana por una vana tierra prometida; desesperan de la libertad de las personas y sueñan con una extraña libertad de la especie; rechazan la muerte solitaria y llaman inmortalidad a una prodigiosa agonía colectiva. Entonces, cuando la revolución se convierte en ese mecanismo mortífero y desmesurado, se hace sagrada una nueva rebelión en nombre de la mesura y de la vida”
Parece inspirado por Némesis. Y así es.

ELOGIO DE LA MESURA 1

Zeus y Némesis
El mito de Némesis

Némesis es una diosa y también una abstracción, una idea. Ambas nacieron gracias al genio griego y con tanta vitalidad y voluntad de supervivencia, tal vez por estar enraizadas en lo más hondo de la condición humana, que han llegado hasta nuestros días a través de la historia cultural de Occidente.

Desde la noche de los tiempos –el tiempo del sueño lo llaman en nuestras antípodas- y entre los pueblos ribereños del mediterráneo oriental corría ya de boca en boca la vida y milagros de Némesis. Fue Hesiodo, sin embargo, quien la hizo subir al escenario de la Historia. En “Teogonía” nos la presenta como una más de las hijas de la Noche,”azote para los hombres mortales” y en “Trabajos y días” se convierte en personaje central, estrella indiscutible del famoso relato del mito de las razas humanas.

Desde entonces Némesis, o lo que representa, ha sido invitada de honor en obras señeras del Canon occidental : Homero, Píndaro, las tragedias griegas, Ovidio, Horacio, Shakespeare, Cervantes, Camus…Por otra parte, metáforas como “edad dorada”, “hombre nuevo”, “el superhombre”, “el último hombre”…alimentadas con la savia del relato historicista de Hesiodo y, por tanto, impregnadas con la presencia – ausencia de Némesis, pueden reconocerse en sesudos tratados filosóficos, históricos, políticos.

Invitamos al lector, desde esta columna, a una especie de viaje iniciático por estos autores y temas, en busca de pistas, en seguimiento de rastros de la presencia – ausencia de Némesis. Será un viaje tranquilo, sin sobresaltos; pero tratándose de una diosa no debería sorprendernos si, alguna vez, pudiera parecer que hemos traspasado la sutil raya de tiza en el suelo que separa el Arte y la Vida para adentrarnos en tierra de nadie, en un ámbito crepuscular, de duermevela, en el que lo más simple – un libro o un viaje, por ejemplo- adquiere inesperadamente el contorno incierto de las sombras o la substancia inverosímil de los sueños; y lo ficticio, lo puramente poético, se consolida ante nosotros con la consistencia y densidad del mármol o del acero. Sin duda será efecto de un espejismo. Pura apariencia.

Para esta empresa serán imprescindibles el interés del lector y la amabilidad de estas páginas que nos acogen. Páginas en las que Némesis, tan enemiga siempre de todo lo arrogante y presuntuoso, se encontrará muy a gusto. Páginas que nacen y mueren en el mismo día. Pero que cada día renacen de nuevo; una; y otra; y otra vez. Como la rosa. Como el mito
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